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viernes, 13 de noviembre de 2020

Inyección de carne

 Inyección de carne


Estuve con mucho dolor de garganta por varios días, más de una semana. Tuve fiebre que subía y bajaba según iba o no a trabajar. Como no quería perder los días de trabajo seguía yendo a trabajar y en cada salida de mi casa sufría una recaída. Hasta que me decidí y fui a ver al médico de la Salita de Primeros Auxilios del barrio. Me recomendaron a ese médico porque siempre acertaba en los diagnósticos y recetaba muy bien los medicamentos.
No tuve que esperar mucho, no había nadie en la sala de espera. Llegó el doctor con un enorme auto de alta gama, se tomó su tiempo para estacionarlo y una vez dentro de la Salita me hizo pasar al consultorio.
Se presentó y me dijo su nombre: El doctor Alberto, con un apellido ruso imposible de pronunciar y repetir o recordar para mí. (Convengamos que la inmigración rusa en Argentina es la más grande de Latinoamérica por mucho). Su aspecto era un poco cansado a pesar que era temprano en la mañana, me pareció un hombre algo mayor, como de 58 años. Pelo castaño oscuro con algo de canas en las patillas y en la barbilla, ojos verdes, un poco bajo de estatura, y con un físico delgado. 
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Me preguntó: "¿Qué te anda pasando?". A lo que yo le respondí que estuve con dolor de garganta por varios días y ni las pastillas para el dolor o los antibióticos habían producido una mejoría.


Dr Alberto: -¿A ver? Mostrame


Abrí grande la boca y me pidió que abra más todavía. 


Dr Alberto: -Sacá la lengua, bien afuera.


Obedecí de la mejor manera que pude, pero parece que no era suficiente. Me pidió que abriera más y sacara más la lengua. Su mirada no parecía muy comprometida, estaba como desinteresado de la situación.
"Tenés una bacteria", me dijo. Mientras tomó una cucharita de plástico muy larga y finita y empezó a introducírmela en la garganta. Tocaba la parte baja de lo más profundo de mi garganta y me producía arcadas. Instintivamente sentí la sensación de expulsar ese objeto extraño que estaban metiendo en mi interior. Los sonidos de mis arcadas me recordaron a las veces que me cogieron por la garganta. Cuando una pija dura y venosa se me metía hasta el fondo por la boca, yo hacía exactamente el mismo ruido. Arcadas y una especie de tos. 


Instantáneamente el doctor abrió los enormes ojos verdes. Parece que por fin capté su atención. Aparentemente el sonido de mis arcadas, y mi reacción al introducirme algo en la garganta le produjo recuerdos muy calientes.
El doctor me miró con una mirada muy morbosa, parecía que lo estaba tentando con mis reacciones. Y a pesar que mis reacciones eran instintivas, él no se inmutó. Supe en ese momento que el tipo es un poco sádico. 
Me miraba ahora con atención mientras metía y sacaba esa cucharita por mi boca hasta la garganta. Quise contener las arcadas pero no podía, y mientras seguía con mi reacción refleja, el doctor Alberto parecía disfrutarlo cada vez más.


Si bien al principio no lo vi demasiado atractivo, su morbosidad empezó a despertar mi instinto calenturiento. Lo miré fijamente a sus grandes ojos verdes y recorrí todo su cuerpo con mi vista, tomando cada detalle de su vestimenta celeste de doctor, llevaba la bata abierta y debajo tenía una camisa azul y unos pantalones de gabardina azul marino. Un cinto de cuero fino apretaba su incipiente panza. Me gustó como empezaba a levantarse su bulto a través de la tela liviana del pantalón. Decidí tomar la iniciativa y acaricié la cabeza de su verga que se marcaba en el pantalón pinzado. No me tomó mucho para sentarme en la silla mientras él desabrochaba su bragueta y sacaba su miembro erecto. Su olor era dulce y suave, su verga era algo torcida hacia arriba y cabezona. Una cabeza rosada que parecía una fruta madura a punto de explotar. Decidí saborear ese tierno fruto prohibido, ese manjar masculino y me olvidé del dolor. La fiebre cesó mas no la calentura.
Le chupé la pija al doctor con suavidad y no tardó mucho en largar las primeras gotas de líquido pre seminal. Era muy claro que este hombre era muy caliente y le encantaba coger y que se la chupen. Se sentían sus suspiros de placer mientras yo le chupaba la verga usando mi técnica de la lengua.


Dr Alberto: -¿Sabés sacar la leche con la lengua?
Yo: -Sí, doctor.
Dr Alberto: -¡¡Hoohh!! ¡Hacémelo!


Obedecí como toda una chica sumisa. Me encantaba la sensación de placer que produce en los hombres cuando le chupás la verga, especialmente la parte de abajo de la cabeza utilizando la lengua para raspar suavemente y presionar rítmicamente. Mientras chupás adelante y atrás vas estimulando con la lengua, eso los vuelve locos y los hace acabar enseguida. 
Cuando tuve a mi doctor ya casi listo para el orgasmo no me detuve ahí, quería que me parta el orto, así que le pedí que me lo hiciera "un ratito aunque sea". El doctor Alberto accedió, me bajé los pantalones y me apoyé sobre la camilla. Le ofrecí mi cola y me clavó de una, con su verga que no era muy grande pero estaba súper dura para ese momento. Me cogió con gran frenesí, me agarraba por la cintura mientras me clavaba su verga cabezona hasta el fondo. No tardó mucho en llegar al orgasmo y me clavó largando grandes litros de leche. Sus piernas se fueron como doblando y terminó bastante agitado. 
¡Me rompió el ogete! 
Sacó su verga ya un poco blanda y me dejó la cola chorreando de semen. 
Fue a enjuagarse al baño del consultorio y yo me vestí limpiándome con unos pañuelos descartables que había en el escritorio. Los tiré al tacho de basura y en eso volvió el doctor. Me recetó unos antibióticos muy fuertes, me dio varias cajas de antibióticos de cortesía, algunos frascos de jarabe, toda la medicación gratis para el tratamiento que me había indicado. Luego me explicó como debía tomarlos, me despidió con una palmada en la cola y me saludó con una gran sonrisa. 
Después de varios días de reposo y los remedios que me dio el doctor, estuve mucho mejor y volví al trabajo, y hasta el día de hoy no he vuelto a ver al doctor Alberto.